T odo sacrificio es un acto de amor. Nos sacrificamos por quien queremos. Los sacrificios son parte de nuestra identidad cristiana. El ser humano desde sus orígenes ofrecía sacrificios como un signo de agradecimiento, reparación, pedir protección, etc. Todos los sacrificios del Antiguo Testamento prefiguran y tienen cumplimiento en el sacrificio perfecto, Jesús, Quién por amor a nosotros se ofreció como sacrificio al Padre.
En el documento El Misterio de la Eucaristía en la Vida de la Iglesia, que los obispos han publicado recientemente, en el primer capítulo, enfatizan cómo la Eucaristía es un sacrificio, el acto más grande de adoración a Dios. Para entender mejor esto tenemos que hacer una lectura completa del plan de salvación de Dios; debemos ir al Antiguo Testamento, donde encontramos que el pecado de nuestros primeros padres hizo que perdiéramos la comunión con Dios, la vida sobrenatural.
El pueblo a través de los sacerdotes ofrecía sacrificios, en la Pascua ofrecía un Cordero, que se debía comer, para renovar la Alianza, y recordar cómo Dios los había liberado. Sin embargo, estos sacrificios eran incompletos, era un adelanto del sacrificio definitivo, el Cordero de Dios, Jesucristo, la Eucaristía.
Jesucristo por amor a nosotros se ofreció gratuitamente como sacrificio. Es importante poner atención al Prefacio Pascual I que utilizamos en la Santa Misa durante este tiempo, el cual afirma: “Porque él es el verdadero Cordero que quitó el pecado del mundo; muriendo destruyó nuestra muerte y resucitando restauró la vida.” Jesucristo es el sacrificio puro, inmaculado, perfecto, y santo que nos trae la liberación de la esclavitud del pecado y cuya sangre nos da nueva vida (cf. 1 Co 11, 25). Él reemplaza todos los sacrificios del pasado y perpetúa este sacrificio en la Última Cena cuando dijo: “Hagan esto en memoria de mía” (Lc 22:19). La Eucaristía es el memorial de la Pascua de Cristo, es una anamnesis, es decir, el sacrificio que Cristo ofreció en el Calvario y que se hace presente cada vez que se celebra la Eucaristía. El Nuevo Directorio para la Catequesis coloca la vía de la belleza como una manera de entender las verdades de nuestra fe; por esto los invito a observar, y a buscar la explicación de cada detalle que aparece en esta obra maestra, la Adoración del Cordero Místico, elaborada por Jan Van Eyck.
El papa San Juan Pablo II, en su carta encíclica sobre la Eucaristía en su relación con la Iglesia, Ecclesia De Eucharistia, declaró: “Este sacrificio [La Eucaristía] es decisivo para la salvación del género humano […]” (11). Tenemos que participar de la Eucaristía si queremos unirnos a Cristo, y si queremos tener vida eterna. Al consumir la Carne y Sangre de Jesús, Dios con su gracia nos da fuerzas para luchar contra el mal, el pecado, y nos diviniza convirtiéndonos en lo que consumimos, Cristo.
A ejemplo de Jesús que se ofreció como sacrificio perfecto al Padre, tenemos que recuperar el valor del sacrificio, en una sociedad donde muchas veces esta palabra tiene una connotación negativa y quizás muchas veces ha desaparecido de nuestro vocabulario. La Eucaristía es una escuela de sacrificio, donde aprendemos a darnos a Dios y a los demás sin reservas, a sufrir con amor por otros. Allí nos unimos a Cristo y le presentamos a Dios todos los desafíos de la vida diaria, actos de paciencia con otros, nuestras cruces, y a seguir sacrificarnos un poco por la gente que tenemos a nuestro alrededor. Que nuestras vidas sean eucarísticas. Cristo murió por nosotros, ¿Qué nos atrevemos nosotros a hacer por ÉL? San Ignacio de Antioquía, entendió tan bien el valor sacrificial de la Eucaristía, que cuando era conducido a su martirio, lo unió al gran sacrificio de Cristo, el afirmó, “Permitan que sirva de alimento a las bestias feroces para que por ellas pueda alcanzar a Dios. Soy trigo de Cristo y quiero ser molido por los dientes de las fieras para convertirme en pan sabroso a mi Señor Jesucristo.”