Todo lo que recibimos en el transcurso de nuestra vida es un regalo inmerecido de nuestro Dios quien es benévolo y generoso, y si todo es un regalo, lo mínimo que podemos hacer al ser sus hijos amados es dedicar un buen tiempo a la semana para participar en la Santa Misa y así alabar y dar gracias a Dios. En realidad, una vez a la semana no es suficiente. Cada día debe ser un día de acción de gracias. Dios ha sido, es y será tan bueno con nosotros. Él nos ha estado bendiciendo, glorifiquemos al Señor a través de nuestras vidas.
Dios al hacerse uno como nosotros a través de su Hijo, nos muestra su gran amor y misericordia. El más grande amor jamás visto, el dar su Vida por nuestra salvación. Qué bendición el que Nuestro Señor Jesús de gracias ofreciéndose sin cesar y haciéndose don de sí mismo al Padre y a los hombres. Cuando nuestro Señor Jesús instituyó la Eucaristía, la estableció como un acto de acción de gracias. Las mismas palabras de Institución nos lo dicen: “Tomó el pan, y dando gracias, lo partió“ y “Tomó el cáliz y dando gracias de nuevo, lo pasó a sus discípulos” (Cf. Lc 22, 19, 17 y 1Co 11, 24). El Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) describe esto como “una acción de gracias consagratoria” (1346). El pan y el vino son signos de gratitud, como se vio por primera vez cuando el sacerdote Melquisedec ofreció pan y vino para agradecer a Dios Creador por los frutos de la tierra (Gn 14, 18–20).
El CIC también afirma que la Eucaristía “es un acto de acción de gracias a Dios” (1329). Por lo tanto, toda la Santa Misa es una oración de acción de gracias, que se declara explícitamente en algunas oraciones y está implícita en toda la liturgia. El sacerdote dice: “Demos gracias al Señor nuestro Dios,” y la congregación responde: “Es justo y necesario.” El Prefacio continúa: “En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias, Padre Santo, siempre y en todo lugar, por Jesucristo, tu hijo amado.” Luego, el Prefacio concluye: “Santo, Santo, Santo,” un himno de alabanza que da gracias a Dios. De manera similar, las palabras de la doxología: “Por Cristo con Él y en Él a ti Dios Padre Omnipotente en la unidad del Espíritu Santo todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos”; este es un canto gozoso de alabanza para dar gracias a Dios.
Después de que recibimos la Sagrada Comunión, Cristo en su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad está realmente presente en nosotros de una manera sacramental; entonces, el momento perfecto para conversar con el Señor, mencionar algunas de las bendiciones que hemos recibido y expresarle a Dios lo agradecidos que estamos. Todo lo bueno que tenemos es de Dios, viene de Dios. Sin Dios no tendríamos nada, no seriamos nada. Al participar de la Santa Eucaristía, damos a Dios nuestra alabanza, gloria y agradecimiento.
Además, en la Santa Misa adoramos a Dios a través de su Hijo y por la acción de su Santo Espíritu. Nos ofrecemos también a Él con nuestra oración sincera y de corazón, con nuestra participación activa y habiendo sido purificados, sanados y reconciliados a través del Sacramento de la Confesión. Recibiendo el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesús expresamos a Dios con gran fervor y reverencia toda nuestra alabanza y gloria, esa misma alabanza y adoración que al ser enviados al finalizar la Santa Misa continuamos haciendo a través de nuestro buen testimonio de vida, amando a Dios y a nuestros hermanos como a nosotros mismos.