La Presencia Real de Nuestro Señor Jesucristo está en el corazón de nuestra fe católica y es, ciertamente, uno de los misterios más importantes para la Iglesia Católica, porque implica creer en una Persona, creer en alguien y no algo, creer en un Dios Vivo y Verdadero. De acuerdo al documento “La Presencia Real de Jesucristo en el sacramento de la Eucaristía — Preguntas básica y respuestas” de la Conferencia Episcopal de Obispos americanos, desde tiempos inmemoriales la Iglesia ha sostenido que Jesús está realmente presente en el sacramento de la Eucaristía (19). Este sacramento es la “fuente y cumbre de toda la vida cristiana” (LG 11, CIC 1324), donde se recibe el Cuerpo, la Sangre, el Alma y Divinidad de Jesús.
El sacramento de la Eucaristía es un misterio difícil de entender porque como resalta San Ambrosio, esto revela una “gran sabiduría que rebasa nuestro entendimiento”, ya que es el mismo Jesucristo a quien recibimos en este sacramento para que se haga vida en nosotros. Además, la profunda verdad que encierra este misterio es el deseo de Jesús de quedarse verdaderamente a vivir entre nosotros y a darnos su “vida en abundancia” (Jn 10:10). Jesús mismo se hizo Pan de Vida, para saciar nuestro hambre por Dios, afirma Santa Teresa de Calcuta. Es también importante considerar el consejo que brindan los Padres Conciliares cuando afirman que “[...] los cristianos no asistan a este misterio de fe como extraños y mudos espectadores, sino que comprendiéndolo bien … participan conscientes, piadosa y activamente …” (SC 48).
En el sacramento de la Eucaristía el cielo y la tierra se unen (EU 8). Jesús, Dios y Hombre verdadero, quiere compartir con la humanidad su divinidad. Afirman los obispos americanos que al comer el cuerpo y beber la sangre de Cristo en la Eucaristía nos unimos a la “persona de Cristo a través de su humanidad”.
Es también necesario resaltar que, al recibir inmerecidamente el regalo de la Eucaristía, asevera el obispo Andrew H. Cozzens, presidente del comité de Evangelización y Catequesis del USCCB, estamos recibiendo a Jesús mismo. Y en medio de nuestro mundo lleno de distracciones, de tecnología o de una vida saturada de actividades, esta verdad, muchas veces, pasa desapercibida o no le prestamos la debida atención que merece. Siempre temenos que tener en mente lo que declaró, uno de los doctores de la Iglesia, San Cirilo de Jerusalén: “Pues bajo la figura del pan se te da el cuerpo, y bajo la figura del vino, la sangre; para que al tomar el cuerpo y la sangre de Cristo llegues a ser un solo cuerpo y una sola sangre con él. Así, al pasar su cuerpo y su sangre a nuestros miembros, nos convertimos en portadores de Cristo.”
La celebración eucarística implica una dimensión personal y una dimensión social. Es personal, porque cada cristiano católico debidamente preparado recibe a Jesús mismo y se beneficia inmensamente en el aspecto espiritual. Pero estos frutos espirituales se expanden al aspecto social, en relación con el prójimo, continuando con la labor de la evangelización. Un ejemplo concreto de la dimensión social eucarística la encontramos en una conferencia titulada “Mother Teresa’s Eucharistic Love” de Monseñor Dr. Leo Maasburg, en donde cuenta el prelado que Madre Teresa prefirió ayudar a dos pordioseros enfermos que yacían en las calles de Bombay en lugar de asistir a un Congreso Eucarístico. Cuando la interrogaron sobre su ausencia a este importante Congreso Eucarístico, ella respondió que en el Congreso Eucarístico se hablaría de promover la importancia de adorar a Jesús en la Eucaristía, pero ella encontró a Jesús Vivo en estos pobres desamparados y decidió quedarse con Jesús todo el día. Este episodio en la vida de esta gran santa de nuestro tiempo es definitivamente un ejemplo de los frutos de la Eucaristía en su dimensión social. Que al reconocer y recibir la presencia real de Jesús en la Sagrada Eucaristía, esto nos mueva a reconocer a Jesús presente y real en nuestro prójimo.